domingo, agosto 22, 2010

Verano 7.3

Parece la versión de un nuevo programa informático, pero no tiene nada que ver. El 7.3 hace referencia a la hora media a la que me he levantado este verano. Las siete y media. Lunes, jueves, sábados o domingos... no hay concesiones. Él, con su reloj biológico y sus ganas tempranas de empezar el día empieza a ronronear, cual gato, sus palabrillas, te llama, hace lo que sea para que acudas a liberarlo de esa cama de barrotes. En julio, más soportable porque Martí iba a la guarde y teníamos obligaciones. En agosto, cruel y cansino, no nos dio tregua ni de vacaciones en el Norte.
En fin, vuelvo con ojeras en la cara a maldecir a la sabiduría popular del a quién madruga, Dios le ayuda. Podría Dios darnos una tregua los fines de semana, ni que sólo sea el domingo, dia del Señor.
Amén!

sábado, agosto 14, 2010

Crónicas del Norte (II). El Camino empieza en Roncesvalles














Rectas, curvas, montañas y más curvas para llegar a Roncesvalles. Nuestro apartamento bien valía tantos quilómetros. Una vez allí el frío nos saludó y cogimos fuerzas con un menú de peregrino.
Los días que siguieron de pleno sol nos permitieron gozar del pequeño Roncesvalles (16 habitantes) y de los pueblos que se desperdigaban alrededor a ambos lados de frontera: Burguete, San Jean Pie du Port, Baygorri así como una larga exhaustiva visita a Pamplona, guiados por Amaya.
La pena más grande no poder adentrarse por las sendas que cruzan esos bosques espesos y preciosos. Nos quedamos con las ganas de ir por la Selva de Irati, hacer un trozo del Camino, perdernos entre hayas, abedules y pinos cerca de un riachuelo y saludar las ovejas y los potrillos que pastaban en alfombras verdes. Otra vez será, cuando Martí anda ligero. Seguro.

jueves, agosto 12, 2010

Crónicas del Norte (I). Bilbao y aledaños











Nos costó sus buenas horas de carretera y otras más de paradas llegar al País Vasco. Era el primer viaje largo de Martí en coche y a pesar de todo, se portó muy bien, como siempre. Casa en Llodio, donde Raquel y Txema nos acogieron maravillosamente y el peque no añoró para nada su hogar. Des de allí visita obligada a Bilbao y pinxos, donde yo - cosa rara - me puse morao. Una dosis cultural en el Guggenheim nos volvió a abrir el hambre y la sed, rematando la tarde con un pollo.
Al día siguiente amaneció con txirimiri per nos aventuramos a la costa. Pueblos lindos, un restaurante maldito que me empeñé en bautizar Iribarri, un plan de cervecera cancelado y acabamos llenando el buche con un chuletón de más de un kg. Para bajarlo paseillo entre montañas, vacas, ponys (caballoperro según algunas) y vistas relajantes desde la terraza.
Al tercer día partíamos rumbo Roncesvalles con parada prevista en Donosti. Perdidos entre las calles del casco antiguo deleitamos paladar con pinxos y zuritos. Luego paseo por la playa de la Conxa, dónde nos saludó el sol veraniego invitándonos al agua pero sólo nos quedamos en el paseo, con el mar de fondo y el monte Igueldo de decorado fotográfico.
Aprovechando la siesta de Martí surcamos autopista y carretera de curvas hasta Roncesvalles, pero eso lo contaré en la segunda crónica.