De nuestro paseo entre las aguas del gran lago, las islas flotantes, la fiesta de Taquile y como cambian los planes de un día a otro.
Nuevamente Cruz del Sur nos transportaba de un lugar a otro, esta vez con una doble sesión de cine: Cinderella man y una comedia cutre que ni recuerdo.
La jornada se hizo larga dentro del bus, aliviada entre la pantalla, el paisaje y conversaciones con la familia holandesa con la que otra vez compartíamos ruta.
Puno se iluminaba a orillas del lago mientras bajábamos la montaña. Como en gran parte de los suburbios de las ciudades peruanas, casas de adobe sin terminar, suciedad, calles llenas de polvo y coloreados mototaxis nos daban la bienvenida.
Hostal Taquile, cerca del centro. Decidimos ducharnos antes de salir a cenar. A pesar de esperar casi diez minutos no sale agua caliente. Perdone, tengo que encender de nuevo el termo y esperar 15 minutos se disculpa la encargada. Así espero yo en calçotets y tapado con la toalla.
Hace un frío glacial. Condición de Lorena: restaurante con brasero.
Abrigados con chuyo y guantes nos proponemos pasear por las calles principales. “Aquí piscosawer gratis; señor, menú económico; acá un lugar bien lindo con música...” Es difícil decidir por uno mismo y poder mirar tranquilamente la carta. La oferta caen como avalanchas.
Cenamos excelentemente al calor de una estufa de queroseno pero perdimos todo ese calor de vuelta al hotel. Carajo que frío! Lorena por esos tiempos pensaba que nuestro próximo destino vacacional tenía que ser caluroso. Yo, en eso momento, compartía opinión.
Disponíamos de solo un día para visitar el Titicaca y sus encantos. A las 7am embarcábamos. El frío era intenso pero el cielo era claro. Prometía sol.
Primera parada: Las islas flotantes de los Huros.
Construidas con totora (juncos) y amarradas al fondo del lago estos islotes albergan un pueblo en peligro de extinción. Huyendo de los incas escogieron esta singular y dura forma de vivir. Sobre la isla se organiza el poblado que vive de la pesca y artesanía y donde crían conejos, gallinas, cuy; y más sorprendente, cultivan.
Nos ofrecieron un paseo en la tradicional totora, embarcación coronada con cabeza de animales. Demasiado guiri. Rehusamos.
Nuevamente el la lancha, íbamos a Taquile, surcando las plomizas aguas del Titicaca. El guía nos explica la verdadera pronunciación y significado: el puma gris o el reflejo del puma en el agua.
Casi dos horas navegando. Al fin amarramos en el lado sur de la isla. Unos 30 minutos de subida y nos plantamos en la plaza de armas. Es fiesta y preparan bailes ataviados con sus coloridos vestidos tradicionales.
Acabadas la primera danza todos se procuran un sorbito en el tapón de una botella. Los más espabilados, 2, 3 o más. Es aguardiente. Yo sello mi amistad con Taquile tomando un trago. El calor me viaja por el esófago.
Luego mientras devoramos unas empanadas entablamos conversación con un niñito. Constatamos nuevamente la desnutrición de los niños. Todos ellos aparentan tres o cuatro años menos de los que tienen. Lo mismo pasa en las casitas de Calca, Lares o Amparaes.
Bajamos luego los más de 500 escalones que nos llevan al puerto norte. En el embarcadero volvemos a embarcar rumbo a Puno.
Llegados al hotel nos espera una gran decepción. Nuestros billetes de tren se han anulado, según dicen, problemas técnicos. No podemos hacer nada. La opción que nos ofrecen es mismo trayecto, mismo precio en bus. Sólo luego veremos lo provechoso de este cambio que incluye paradas en lugares importantes, almuerzo y además tarda lo mismo.A la mañana siguiente en el First Class cubrimos en 10h la distancia entre Puno y Cusco pasando por Pucara, Sicuani, Raqchi y Andahuaylillas., famosa por su decorada iglesia colonial.
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