16 de agosto de 2007
Llegué a Lares ayer noche. El mismo día que el gran terremoto sacudió la zona de costa. El sueño me acompañó en el camino a pesar del ajetreado traqueteo de la pista de montaña. Gastamos la jornada entre encargos en Cusco y Calca. Me habían venido a buscar al aeropuerto Toni, voluntario, y Carlos, empleado del la Casita.
Lares es un pequeño pueblo perdido en el interior del Valle Sagrado, sólo conocido porque tiene unos baños termales, más visitados por peruanos que por turistas.
En la plaza del pueblo, a la tenue luz de las farolas correteaban niños y niñas. Encontré ente ellos al padre Cayetano, un espigado belga que me recibió con su afrancesado español. Me fui presentado a los niños de la Casita. Ya estaban apunto de irse a dormir. Sentí buenas vibraciones.
Durante la cena miramos la TV. Anunciaban los desastres del terremoto en Lima. No dormí. Podría decir que fueron los nervios pero no seria cierto, fue simplemente el frío. Tres mantas y el cubrecama no lograron hacerme entrar en calor.
Hoy procuré a lo largo del día hacer mil llamadas desde la cabina del pueblo. La comunicación aquí es una odisea. Dos cabinas a monedas. Sólo una vez pude contactar con Lima y saber que las voluntarias estaban bien. Por la tarde, después de una mañana ordenando ropa en el almacén, conseguí hablar con mis padres.
Ahora, mientras comparto sala de estudio con algunos de los niños y niñas de la Casita me he decidido a escribir la crónica de lo que fueron estos días por el Perú. A pesar de ser una crónica común, de Lorena y mía, todo lo que se escriba aquí será siempre bajo mi punto de vista (libre de ser observado, vivido y valorado diferente).
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