De los días que pasamos en Cusco, el “ombligo” inca, de la visitas a Machu Pichu y el Valle Sagrado, el proyecto Huacarpay y un hostal excelente.
Tuvimos un dificultoso viaje hasta llegar al barrio de San Blas, pues nadie sabía donde estaba nuestro hostal. Después de un día entero de autocar, madrugones, excursiones y planes guiados queríamos tener una jornada tranquila. Nos quedaban 6 días para gozar Cuzco al máximo, no teníamos prisa.
La mañana despertó fresca pero radiante, como o serían todas las mañanas cuzqueñas. Paseamos por las calles de piedra de San Blas hasta la Plaza de Armas. Aprovechamos para visitar la iglesia de la Compañía, el templo del Sol y perdernos por los callejones de la ciudad.
A la mañana siguiente partíamos en el tren hacia Machu Pichu. Ahora para adelante, ahora para atrás. El sistema de zigzag del tren para trepar por las montañas que rodean la ciudad es curiosísimo. Entre bonitos paisajes nos fuimos adentrando hasta ceja de selva y llegamos a Aguas Calientes. Desde allí subimos en uno de los buses hasta las Ruinas.
El inicio no fue alentador pues una marabunta humana se agolpaba en la entrada: cientos, miles... El sol picaba muy fuerte, hacía mucho calor. Entre escaleras de piedra y caminitos en lo que hacíamos procesión guiris de todo el mundo pudimos llegar al primer balcón. Se olvidaron entonces todas las cosas malas, la boca forma una especie de O y los ojos intentan captar con intensidad tanta magnitud. Luego, desatando nuestro instinto fotográfico todos nos ponemos a capturar aquel rincón del planeta que ahora han querido llamar Maravilla del Mundo, como si necesitara de una etiqueta para serlo.
Gastamos poco más de tres horas con nuestro pequeño grupo y guía, que por cierto, fuimos unos afortunados. Didáctico, simpático y con gran conocimiento de lo que explicaba.
La vuelta fue más pesada. Eran otra vez 4 horas de tren, el cansancio hacía mella, el frío era intenso y Lorena había tenido un día difícil en cuanto a sus ovarios se refiere. Cenamos lo más cercano del hotel que pudimos y nos fuimos a dormir.
A la mañana siguiente habíamos quedado en visitar la Laguna Huacarpay y un proyecto de reforestación que subvenciona Fundació Natura, la ONG donde trabaja Lorena. Por allí estuvimos observando aves, los juncales, la degradación y contaminación de la zona del lago y los incipientes árboles en la ladera de la montaña. ¡Menuda caminata! Esa misma tarde nos instalamos en un nuevo hostal: La Loccanda. Precioso, tan a nuestro gusto. Bueno, bonito y barato. Recomendación segura... eso sí, con buenas piernas para la subida. Como era sábado nos aventuramos a salir un poco: en el restaurante español Km.0 saciamos la añoranza de paella y tortilla española además de divertirnos con la música en directo.
Al día siguiente teníaamos previsto paseo por el Valle Sagrado: Pisac, Urubamba, Ollantaytambo y Chinchero. Ruinas incas, paisajes y rincones preciosos, mercados, guiris... Lugares bonitos pero que sufrían la pandemia de la aglomeración y el mercantilismo. Los días pasaban demasiado rápido. Era domingo y nos quedaban 2 escasos días en Cusco. Siguieron nuestros andares descubriendo calles y mercados, plazas donde tomar el sol y leer, rincones solitarios donde descansar y besarnos, menús baratos donde empacharnos, tiendas donde regatear. La tarde del lunes hicimos el City Tour: visita a las ruinas más cercanas de la ciudad como Sacsayhuaman o Tambomachay. Digamos finamente que no nos gustó.
Martes 6 de agosto. Era nuestra última mañana cusqueña. Nostálgicos nos sentamos en la Plaza de Armas a tomar el sol, leer y escribir. Un corto paseo, alguna compra y fuimos en taxi al aeropuerto. A causa del viento nuestro vuelo destino a Lima se retrasó. Por el camino parecía que podíamos acariciar las crestas de los seismiles. Era una maravilla mirar desde las nubes el gran macizo de los Andes. En poco más de una hora nos adentramos en un lugar gris, húmedo y triste. Habíamos llegado al cielo de Lima. El tren de aterrizaje tocó tierra. Sólo la garua y la tristeza de la incipiente despedida nos vinieron a recibir.
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